Cada uno de los que van a leer esta crónica hará un balance de todo lo acontecido en este año que culmina.
Para algunos, habrá sido un período de tiempo de logros a nivel laboral, afectivo o económico.
Para otros, una secuencia de meses marcados por la enfermedad, el desempleo, la pérdida de seres queridos, de depresión, rutina o soledad.
Por último, para otros tantos, un año más de su existencia, como se suele decir: «sin pena ni gloria».
¿Pero cómo debiera ser un año para un hombre o una mujer de fe?
Tener la certeza, cada jornada, que Dios está a favor nuestro y que nos va a dar la victoria ante el mal en cualquiera de sus formas.
Lo anterior, está corroborado en el libro de Isaías capítulo 54, verso 17:
«No prevalecerá ninguna arma que se forje contra ti; toda lengua que te acuse tú la refutarás.
Esta es la herencia de los siervos del Señor del Señor, la justicia que de mí procede, afirma el Señor.»
Y si nos toca pasar por algún proceso de cualquier tipo es pertinente traer a memoria dos pasajes de las Escrituras:
Jeremías capítulo 29, verso 11:
«Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor –, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.»
Y también Romanos capítulo 8, versos 35 al 39:
«¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? Así está escrito: <por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!>. Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.»
La convicción del apóstol Pablo nace de vivenciar en la praxis la presencia del Señor que lo lleva a decir, en la carta a los Filipenses en el capítulo 4, verso 13:
«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.»
¿Por qué Pablo afirma lo anterior?
Porque no eran sus propias fuerzas las que lo sostenían, sino «el perfecto amor» de Dios en la persona del Espíritu Santo, al empoderarse del alma del «ungido de Tarso», ese perfecto amor que es el ágape, el cual lo hacía invencible.
Concluyendo:
Si estamos en la voluntad y el propósito de Dios, para nuestra vida nada hay que temer.
Y si nos toca pasar por «una cruz» (cualquiera sea) tener la actitud de Jesucristo: discernir » el gozo que había detrás de la cruz.»
Porque lo de Cristo no era una actitud masoquista o neurótica, sino de confianza de que al vencer al mundo, la muerte, la carne y el mal, al morir y luego resucitar, sería exaltado como Rey de Reyes,
Señor de Señores y sacerdote eterno.»
Conductor y realizador del programa «Como Pez en el Agua».