El Apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios en el capítulo 2, versos 10 y 11 expresa lo siguiente:
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios.
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció a Dios, sino el Espíritu de Dios.»
A manera de comentario:
Al haber nacido de nuevo somos copartícipes de la promesa que le hizo el Señor a los apóstoles: «que iba a estar con ellos hasta el fin del mundo»(Mt.28:20)
Esa promesa se cumplió en Pentecostés, cuando El Espíritu Santo se manifestó dónde ellos estaban reunidos.(Hch.2:1-4)
El Paráclito es la tercera Persona de la Trinidad, por lo tanto, no es una fuerza impersonal como afirman ciertas sectas.
Entonces, puede conocer lo que Dios Padre piensa; y al habitar en nosotros, nos revela Su corazón.
Es por eso que Pablo, en la carta citada al comienzo de esta reflexión dice en los versos 14 al 16:
«Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.»
Además, gracias a Él podemos vencer al pecado.
Porque como expresa Pablo en la epístola a los Romanos capítulo 8, versos 3 y 4:
«Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.»
Concluyendo:
El discípulo amado: Juan lo expone muy bien en su primera misiva en el capítulo 4, verso del 13 al 16:
«En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado su Espíritu.
Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros.
Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.»