PARA REDENCIÓN O PARA IRA,
Si hay algo que distingue a la condición humana es que vive «errando al blanco».
No hay, ni hubo, ni habrá mortal, salvo Jesucristo, que no sea imperfecto.
Como manifiesta Pablo en la carta a los Romanos en el capítulo 3, versos del 10 al 18, en corrrelato con los Salmos 14 y 53, versos del 1 al 3:
«Cómo está escrito:
No hay justo, ni aun uno;/ no hay quien entienda,/ no hay quien busque a Dios./ Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;/ no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.»
Pero cabe destacar que el apóstol se consuele con las faltas que comete.
Eso se evidencia en el capítulo 7, versos del 19 al 24:
«Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se revela contra la ley de mi mente, y me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?»
Muy diferente es la situación de aquellos que se regocijan con el pecado, cuyo climax será el anticristo.
La condición del tal está muy bien expresada en la segunda carta a los Tesalonicenses capítulo 2, versos del 3 al 5:
«Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.»
Lo que acabo de compartir es la encarnación del mal por elección conciente.
Muy distinto a lo que le acontece al individuo que persevera en el pecado porque no ha conocido al Creador de manera personal y por lo tanto no puede vencer a esa ley que lo esclaviza: la del pecado.
Porque al mismo, no se lo vence meramente con la voluntad porque hay legalidad del diablo sobre aquellos que lo practican, por no conocer al Señor.
La salida victoriosa a lo trascripto está en Romanos capítulo 5, versos 1 y 2:
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.»
A manera de complemento a lo pretérito en la misma misiva en el capítulo 6, verso 22 afirma:
«Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.»
Cómo conclusión:
Una cosa es el que se deleita en el hacer el mal y otra cosa es el que es pecador por una cuestión de impotencia ante la iniquidad.
El primero, busca en forma explícita hacer lo malo.
El segundo, no quiere hacer lo malo pero no puede dejar de hacerlo.
Lo que he dicho no implica una visión fatalista sino una condición a superar por perseverar en la fe.
En su ministerio, el Señor siempre fue misericordioso con aquellos que reconocían su pecado pero implacable con los mercaderes del templo y los hipócritas como los fariseos.
A los unos los sacó a latigazos y a los otros los confrontó con palabras de juicio, aún en un tiempo de gracia.
Lo hizo porque no negaban solamente su testimonio y su Deidad sino también la obra que el Espíritu Santo hacía a través de Él.
Esto último, era un insulto al Paráclito. Por lo tanto, para aquellos religiosos no cabía otra cosa que condena, ya que el que insulta a la tercera persona de la Trinidad no tiene perdón.