El Plan de la Mariposa brindó dos shows completamente agotados en Rosario, durante el martes y el miércoles en el C.C.Güemes. La banda de los hermanos Andersen presentó “Estado de Enlace”, su disco más reciente, en dos noches plagadas histrionismo, emoción e, ineludiblemente, protocolos de sanidad que no lograron opacar tanta energía.
El C.C.Güemes lleva impregnado cierta mística de lo que fue hace varios años el emblemático Willy Dixon (posteriormente Sala de las Artes), que provoca cierto sesgo de nostalgia. Gran cantidad de bandas en ascenso y ya consagradas se lucieron en su escenario, y ésta vez es el turno de El Plan de la Mariposa.
Integrada por Sebastián Andersen (Voz), Valentín Andersen (Guitarra y voz), Santiago Andersen (Violín y guitarra), Camila Andersen (Voz), Máximo Andersen (Teclados y acordeón), Andrés Nor (Bajo) y Julián Ropero (Batería); la banda de Necochea supo conquistar a Rosario, incluso desde antes de subir al escenario. Cada una de las personas que ocuparon las burbujas distanciadas, no solo asistieron por afinidad con la música sino porque el mensaje que transmiten los músicos, más allá de las palabras, es el que necesitamos escuchar. Una visión superadora, letras que invitan a un brío de transformación y sabio optimismo con los pies en la tierra, fusionado de melodías que incitan a un soplo de elevación, a la danza y a la emoción.
A las 20:37 de la noche, los primeros sonidos comenzaron a retumbar a modo de introducción desembocando en “Un Mal Delito Entre Confiar o Morir”, la elegida para dar comienzo a la celebración. El escenario lucía una mariposa gigante color carmesí de una estética simil origami, en composé por un colorido y combinado juego de luces que lograba que los bailes individuales y el carisma de los artistas, resalten aún más. Habiendo expresado las primeras muestras de gratitud, prosiguieron con “Revoluciones Caseras” y “Mar Argentino”, donde el público rosarino se animó a alzar un poco más la voz para acompañarlos.
Todo lo que muestran es genuino, sin aparentar. Cada nota, cada palabra se transmiten de una forma auténticamente sentida. Especialmente en la canción “Savia”, que habla de “cómo cada uno se relaciona con la muerte y con la vida”. Además de sonar mejor en vivo que en el disco, invocan a su madre: “retumba sabia la flor de tu recuerdo”, logrando inevitablemente el momento más emotivo del show. Más aun cuando finalizada la canción, el cantante se abrió a la gente para compartir un relato íntimo acerca de su hijo, de “las almas que recién llegan” y las que ya trascendieron.
Se podía notar el esfuerzo sobrehumano que hacían los seguidores de El Plan para no despegarse de sus asientos y poder cumplir con las medidas sanitarias. Pareciera que levantar los brazos y hacerlos bailar en el aire, es la nueva modalidad al no poder hacerlo de pie como realmente desearían muchos. Sin embrago, quedaba claro que nada iba a impedir el entusiasmo que transmitían los músicos desde arriba, interpretando sus instrumentos con virtuosismo y humildad.
“La Vida Cura”, premisa que la banda sostiene con acérrima convicción, “por más que muchos especulen y quieran transmitir lo contrario”, sostuvo Sebastian Andersen. Precedida por un par de temas de su último álbum Estado de Enlace, la canción entonada a modo de himno se convirtió en uno de los puntos más álgidos de la noche. El swing pegadizo de la melodía que dibuja el violín y la suerte de prédica espiritual de autodescubrimiento, nos hace olvidar (al menos por 4 minutos y medio) que estamos inmersos en un contexto mundial crítico. “Quiero obtener la cura para esa enfermedad”, reza la letra, y quién no?
En “Cruz del Sur”, Máximo Andersen sobresalió con su bandoneón en un escenario teñido de violeta. Antesala al momento más visceral del concierto, que llegó con la canción “Entrañas” definida por el cantante como “un tema muy querido por la banda”, y claro está el por qué: “Agradezco que no estoy solo, que comparto las entrañas”, según grita el estribillo. Una oda a la hermandad, que atravesó al público.
“Niño abuelo”, del disco Devorando Intensidad, sostuvo el clima que imperaba en ese tramo del recital. Luego, Valentín aportó cierta cuota de romanticismo con su tersa voz en “Ella es agua”, para que luego todos suban el tono para poner a bailar al público (sin moverse de sus asientos) con “Oro de Abeja”, seguida de “El Faro del Destino” que mantuvo la esencia mística en diferente ritmo.
Llegó el momento de que las guitarras distorsionadas se hagan sonar para deleitar a los amantes del rock. “La Lanza de mi Fe” fue ideal para esto, al igual que la siguiente canción que pertenece a la tirada que compusieron en plena cuarentena.
Camila Andersen se empoderó (más todavía) en el escenario, a la hora de cantar la celebradísima “Tesoro Escondido”, dedicada a “las mujeres que me han ayudado y me ayudan en éste proceso de quererse”. “Y la tormenta que pasó me dio las alas”, podríamos resignificar esa frase del tema como una anticipación al (por ahora lejano) final de éste fatídico periodo. El solo de piano de Máximo, fue el puente perfecto para “El Cuerpo Sabe”, en donde la voz de Camila logró otro clima diferente con guiños raperos.
El final del show se aproximaba, y así fue que con un ritmo acelerado sonó la última antes de los bises. El público en estado contemplativo se dejó capturar por el juego aleatorio de las luces flashes desde, que dejó entrever en movimiento breve de las alas de una mariposa ejecutado por la cantante sobre el escenario. Nada más simbólico y adecuado para un (falso) cierre ideal.
El público se soltó con su voz mucho más que en otros trazos del show durante los bises, marcado por tres de los clásicos que la banda toca con frecuencia: “Romance con el Desapego”, “Túnel de la Vida” y, para culminar, “El Riesgo”. Una “seducción a las sombras”, nada más atinado que esa frase de éste último tema para definir el concierto, en éste “tiempo de sanar tanta miseria”. La energía que la banda contagió a lo largo de la noche, demuestra que ninguna vacuna puede reparar el espíritu, la música sí. El plan resultó.
L.G.R
IMAGEN DE PORTADA: Fotografía de Giulia Antonelli