«Ni paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.
Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.»(Romanos 12:17-18)
Al interactuar con una persona para coordinar un trabajo periodístico, la misma tuvo una actitud inquisidora que en el momento en que ocurrió el diálogo por dos razones, que a continuación detallo, a las cuales dejé pasar por priorizar lo que quería realizar a nivel profesional y porque por una cuestión afectiva no quería tener problemas con el contradictor.
Con respecto a lo anterior, me viene a la mente un pensamiento del escritor, abogado, periodista, ensayista y crítico literario español de la llamada generación del 98′ José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, más conocido con el seudónimo de «Azorín», que ahora transcribo:
«Y es que saben muchos de que los que atacan el motivo por el que atacan? Unas palabras cordiales, un simple apretón de manos, disipan en el enfurruñado su encono.»
Lo expresado por el intelectual, tiene un correlato con lo plasmado por el rey Salomón en el libro de Proverbios en el capítulo quince, versículo uno:
«La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.»
Pero cuál es el límite de una respuesta conciliadora?
La verdad, la ética y la dignidad.
Si estas tres premisas se dejan de lado, lo que aparentemente es bonhomia en realidad son hipocresía, obsecuencia y cobardía.
A manera de conclusión:
Ningún interés sentimental, laboral, expresado en una relación, nos tiene que condicionar con respecto a la conciencia.
Porque si lo hacemos podemos autoengañarnos con el argumento de que queremos estar en paz con el prójimo, pero hay una contradicción que diferenciaba la actitud de Erasmo de Rotterdam con respecto a Martín Lutero.
El primero decía que había que priorizar la paz.
En cambio, el teutón afirmaba que la verdad era más importante que ésta última.
De parte mía agrego:
La verdad es más importante porque si ella no está en nuestra mente y en nuestro corazón estaremos sin un conflicto con «un otro» pero nuestro ser lo estará consigo mismo y con Dios.