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El norte santafesino, impunidad de saqueadores

En Villa Ocampo el ingenio Arno fue fuente de trabajo y explotación. Después de tres décadas de la quiebra –la firma era propietaria de la destilería, la papelera y el ingenio- muchos trabajadores murieron sin cobrar un peso. Ahora les notificaron a los que quedan que van a cobrar cerca de cien mil pesos. Les debían 40 mil dólares. En la tierra de la rebeldía

Por Carlos del Frade

Foto de apertura: La Tinta

(APe).- A fines de los años noventa el sol piantaba despacio sobre la ruta 11, en el norte profundo santafesino, precisamente en Villa Ocampo.

De un lado volvían las chicas y los chicos con delantales blancos de la escuela rural “Martín Fierro” y por enfrente lo hacían otras chicas y otros chicos que cargaban hatos de caña de azúcar para vender por monedas al Ingenio Arno.

Esa postal perdura en la intimidad más celosamente protegida de este cronista porque supone una belleza difícil de sintetizar en colores o pocos sentimientos.

El Ingenio Arno, durante muchos años, sirvió de fuente de trabajo y explotación a mucha gente que todavía encontraba una herramienta para empatarle al fin de mes en la entonces segunda cuenca cañera de la Argentina, después de la provincia de Santa Fe, que era esa geografía del departamento General Obligado.

Al poco tiempo cerró no sin antes ser un lugar por el cual pasearon cientos de millones de dólares que nunca se quedaron en esa tierra estragada por La Forestal.

Cada tanto hay estertores de rebeldías y hasta borradores de proyectos que apuntan la necesaria recuperación de la cuenca zafrera santafesina.

De esas sombras en el mapa surgieron los azos de 1969, cuando fue parida la marcha del hambre el 11 de abril y marcó el prólogo de aquel año que parece hoy formar parte de otro país, de otra historia lejana, muy lejana.

Pero el 30 de septiembre de 2024 llegó una breve notificación sobre el dinero que después de tres décadas les van a pagar a casi mil trabajadores despedidos de la llamada quiebra Welbers que incluía a los obreros del Arno.

Hoy casi la mitad de aquellos mil trabajadores murió sin cobrar un peso de la quiebra de la firma que era la propietaria de la destilería, la papelera y el ingenio.

Les pagarán un total de 101.709.979,50 pesos, es decir un poco más de cien mil pesos por persona.

Muchos de ellos tenían reconocidas acreencias por 30 y 40 mil dólares. Hoy les van a devolver un poco más de cien mil pesos.

Asquea el abuso contra los trabajadores del norte santafesino.

Hasta el día de la fecha suele escucharse hablar del “norte postergado” como quien dice el agua moja, el fuego quema. Y no se trata de un hecho natural o cósmico.

El norte santafesino, en realidad, es rico en impunidades.

Hay postergadores del norte, explotadores seriales siempre impunes por la justicia clasista que caracteriza Santa Fe y la Argentina.

Indigna el clasismo de una justicia siempre a favor de los delincuentes de guante blanco. No hablen más de norte “postergado” u “olvidado”, empiecen a tener un poco de valentía y digan que el norte profundo santafesino es territorio liberado para la explotación humana y ambiental a perpetuidad con la consabida complicidad política.

El ocampazo – Imagen: La Tinta.

En aquellas tardes primaverales, un pibe que juntaba caña de azúcar por moneditas, César Godoy, se las ingeniaba para escribir poesía a la luz de una vela porque no había llegado la electricidad. Su papá era uno de los despedidos del Arno. Hace poco tiempo presentó su primer libro en su querida Villa Ocampo.

“El que tenga una madre, por favor cuídela…”, así decía la poesía que César Godoy, de apenas trece años, allá por los años noventa, cuando todavía funcionaba el ingenio Arno, le leyó al periodista sentado en una silla de la mencionada escuela rural “Martín Fierro”.

A César le dolía la espalda porque desde chiquito recogía algodón con la bolsa entre las piernas y luego empezó a chalar la caña de azúcar en la todavía, en aquel entonces, cuenca cañera santafesina. Le pagaban monedas. Pero ahí estaba César, diciendo que una amiga le regaló, antes de irse a Buenos Aires, un libro de un tal Neruda. Parecía una invención pero era nada más y nada menos que la increíble realidad, la misma que es capaz de ofrecer momentos únicos e irrepetibles de poética existencial.

En esa ciudad que todavía tiene la chimenea del Ingenio y los esqueletos de las fábricas, en ese punto de la geografía santafesina y argentina se sintetiza el poder de los saqueadores.

Allí, ahora, casi cuatro décadas después, los sobrevivientes del millar de trabajadores despedidos cobrarán un poco menos de cien mil pesos cada uno y no habrá mucho lugar para la poesía. Haría falta justicia y política a favor de las grandes mayorías.