En medio de las restricciones por la segunda ola de COVID-19 el deporte amateur aguarda inactivo.
En el marco de las medidas de prevención de contagios de COVID-19, gran parte de la sociedad, fundamentalmente jóvenes y niños, se encuentran a la espera de las soluciones sanitarias o la detención de los nuevos casos para reencontrarse con la actividad deportiva de forma competitiva.
A esta altura parece muy apropiada la suspensión de las competencias amateurs en el territorio provincial, pero aparece un interrogante a la hora de observar que en el plano nacional el deporte federado de tipo semi profesional o de alto rendimiento continúa con su grilla sin alteraciones.
Resulta injusto o hasta incrédulo el posicionamiento de los entes reguladores del deporte en nuestro país, quienes hasta el momento eligen mantener vivo “el show”, sin arriesgar los grandes beneficios por el desarrollo mismo de la competencia, sabiendo de los riesgos que corren los protagonistas y por extensión, sus familias.
Por otro lado, el deporte federativo y asociativo se reduce a entrenamientos en el ámbito local. Se sugieren protocolos y distanciamiento, reducción de espacios y aire libre y la gente responde, sabiendo que clubes y gimnasios no han sido grandes causales contagios.
Hasta ahí, todo es aceptado o cuanto menos, dialogable. El problema radica en que la génesis de la máquina de generar ingresos del deporte son los clubes y justamente éstos son los que viven la primera línea de la desigualdad, debiendo adaptar sus actividades y recursos a los nuevos protocolos, mientras que en el deporte profesional la pelota sigue girando.
Con la alta tasa de casos y la media de muertos por día en ascenso, puede ser un buen momento para re planificar ideas y consensuar un método que obligue a que las restricciones tengan similitud y el deporte profesional haga una pausa hasta que bajen los contagios.
El contexto actual y la importancia del deporte para la salud y las instituciones deportivas para la sociedad, merecen el debate.