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ANTONIO PUJIA : “El arte tiene el ritmo del cuore”.

Casi 99 años estuvo Antonio Pujía sobre la tierra. Tierra que honró con sus trabajos, que se remontan a la niñez cuando en su pueblo del Sur italiano modelaba sus propios juguetes con arcilla del arroyo que serpenteaba al costado de su Polia, Calabria,  natal.

Su historia es la de los muchos inmigrantes que se diseminaron por  nuestro país, con sus necesidades de afincarse, crecer, crear familia y ser agradecidos con la tierra que tan generosamente los recibía.

Nunca se apartó de su vocación y, egresado de Bellas Artes,  fue profesor de Dibujo y de Escultura.  De sus  maestros como Alfredo Bigatti, Troiano Troiani, José Fioravanti de quienes fue discípulo y ayudante de taller, también ayudante del taller de Rodrigo Yrurtia, absorbió todas sus enseñanzas y experiencias. Entró a cada uno de esos Talleres de grandes maestros con la escoba en la mano: “eran tan grandes que nunca se me hubiera ocurrido ofrecerme a trabajar con ellos, pero ellos me buscaron. Fui muy afortunado. A esos maestros que me formaron, los venero. Si tengo alguna religión, es la del arte. En el arte están los dioses, los intérpretes y los maestros. Y, para mí, estos son santos.” Y tan es así que en cada uno de los lugares donde enseña, tuvo un altarcito para cada uno de ellos

La fascinación por la música y la danza provino de su larga temporada de trabajo como Jefe del taller de Escultura Escenográfica del Teatro Colón, que ganó por concurso y donde permaneció hasta 1970. Allí, solía vérselo con sus carbonillas dibujando a los bailarines y nutriéndose de los mejores músicos y sinfónicas del país y del mundo.

Avanzó en sus técnicas realizadas en mármol, oro, plata tanto como con su pensamiento. Inmerso en el siglo donde el arte conceptual se proyectó ampliamente, jamás fue su crítico. Muy por el contrario, dejó establecida su posición de este modo: “Tengo mis preferencias, como todos.  Pero no puedo ponerme en una actitud crítica frente a eso, o lo que es peor, en juez. Me considero un testigo. Hay cosas que no me gustan. Y, ante otras, me digo “no te apures”. Como decía Mao Tse Tung, “hay que dejar florecer”. El principio de las cosas es siempre muy pequeño, y si va creciendo y subsistiendo porque el público y los entendidos aprenden de ese concepto,   eso impone respeto. Por eso no puedo erigirme en juez. Digamos que me manejo mucho mejor, en la sociedad en la que vivo, dando testimonio. Vamos a poner dos extremos: la alegría y la injusticia.

La Injusticia. La injusticia llega a tener las crueldades más grandes que puedan imaginarse. Y la alegría también, que llega a ser felicidad, cuando toca su climax. Entre esos dos extremos, yo me muevo haciendo mi trabajo testimonial, frente a aberraciones terribles como sigue siendo matar de hambre a inocentes. Esos temas me tocan tanto, ahora  mismo estoy un poco emocionado al hablar de ello, que no tengo otro remedio que parirlos. De la misma manera, la felicidad de la belleza de una mujer; que es la belleza máxima, porque venimos de allí. Es un tema que tengo desde mi tierna adolescencia hasta ahora, y creo que va a seguir. “

Con la misma lucidez trabajó sus materiales, siempre. Conoció los materiales tradicionales y estableció relaciones diferentes con cada uno de ellos: una relación de amistad, de respeto, de amor. Cada material tenia para Pujía, su historia, su característica, su resultado, su negativa y para poder trabajarlos, había que conocerlos.  Nada puede respetarse o quererse, dijo, sin conocerlo previamente. 

Analizó sus materiales en profundidad, conociéndolos, interpretándolos. Ese fue el rol que mejor le acomodaba: intérprete.

La cera fue otro elemento que dominó desde todas sus perspectivas: el proceso de fundición a la cera perdida, imprescindible para su trabajo, y también como parte del proceso de fundición de metales.

Creador de metáforas, esto decía, precisamente, de la cera: “la cera tiene distintas reacciones, llega a tener dureza o a licuarse y, en el medio, hay cantidad de voces que se manifiestan. Se llega al bronce a través del uso de la cera. La cera nos enseña a aceptar la vida y la muerte con igual inteligencia. La pieza se vacía y la cera resucita con el bronce, que tiene vocación de eternidad.  Es algo bellísimo. Allí queda el alma de la cera”.

Con esa inteligencia, con esa humildad, ese respeto, desarrolló una obra única, cargada de expresividad, de emoción, con un profundo sentido social. “El arte tiene el ritmo del cuore. Si te detenés, al menos perdés el compás.”

 MARISA CHAZARRETA

GECULT Gestión Cultural