Nosotros los cristianos a diferencia de los que no conocen del Señor de manera personal tenemos la promesa de una vida plena y eterna.
Por lo tanto, todo lo que nos sucede, si lo discernimos espiritualmente, nos va templando el carácter a través de diferentes circunstancias y personas que interactúan con nosotros con buenas o malas intenciones.
Lo importante es la actitud ante lo de afuera más que como lo de afuera nos quiera determinar.
Como dice el Señor en el Evangelio de Lucas capítulo 6, verso 45:
«El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.»
La pregunta sería: ¿qué atesoramos en nuestro corazón?
En la respuesta a esa pregunta está la bendición o la maldición. Porque todo aquel que basado en su palabra persevera en el angosto camino de la gracia, aunque la circunstancia pueda ser adversa, va a tener la provisión divina para cumplir con el propósito con el cual vino a este mundo.
Si uno lee las Escrituras la condición necesaria para superar cualquier contrariedad es en qué estamos cimentados y en la fe que nos determina a ser resilientes ante cualquier circunstancia negativa.
En la Biblia, todos los que fueron vencedores tuvieron que atravesar un tiempo de aridez.
Lo anterior, está patentizado en personajes como José de Egipto, Nehemías, Sadrac, Mesac y Abed-nego, Daniel y David.
Todos ellos fueron «zarandeados» con oprobios de todo tipo.
Lo que se evidencia en estas personas es una firme convicción de que no estaban a la deriva sino que el Creador tenía todo en control.
José el hijo de Jacob (Israel) le fue revelado en un sueño que iba a ser puesto en un lugar de autoridad. Lo expuesto y el hecho de que era el preferido de su padre hizo que sus hermanos por envidia lo quisiesen matar. Pero uno de ellos, Juda, les propuso venderlo a una compañía de ismaelitas que se dirigía a Egipto dónde terminó como esclavo. Después de trece años, lo que había sonado se hace realidad y es levantado como la autoridad más importante después de Faraón.
Nehemías no se dejó intimidar por Sanbalat, Tobías y Gesem el árabe. Lo que hizo que con su liderazgo se pudieran reconstruir los muros de Jerusalén.
Sadrac, Mesac, Abed-nego y Daniel nunca dudaron del Eterno. Esa condición posibilitó que no se acobardasen los primeros por el horno de fuego y el último por los leones.
David no le temió al gigante Goliath y tampoco dejo de creer por la actitud de Saúl, y más allá de que cometió adulterio y ser el promotor de la muerte de Urías heteo lo que lo caracterizaba era un corazón conforme al de Dios.
Muchos dirán: ¿Cómo un corazón conforme al de Dios si fue el instigador de un homicidio?
Porque él amaba al Hacedor y cuando el profeta Natan lo confronta a su «errada al blanco» por lo que hizo con el esposo de Betsabé tiene un genuino arrepentimiento y no meramente una simulación producto de una personalidad psicópata.
En definitiva:
Dios no busca gente perfecta o dotada de una inteligencia superlativa o una apariencia conforme a lo que la sociedad o la cultura de la época tiene como referencia.
Aunque también lo puede hacer. Por ejemplo: Saulo de Tarso instruido por *Gamaliel que luego de su encuentro con el Señor sería el apóstol Pablo.
Porque lo que él demanda, esencialmente, es un corazón contrito y humillado ante su entidad.(Sal 51:17)
Solamente de esa manera él puede glorificarse en una vida.
Lo único que hay que hacer es perseverar en Cristo Jesús y lo demás lo hace él.
Como dice su Palabra en la carta del «ungido» que cité anteriormente a los Filipenses capítulo 1, verso 6:
…»estando persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.»
A manera de conclusión:
Si quemamos las naves con la vieja vida y le seguimos incondicionalmente él prometió ser fiel y posicionarnos como cabeza y no cola.
Por otra parte, tenemos la dicha de que su autoridad y poder nos da la condición necesaria para ser más que victoriosos sobre la sensualidad, el sistema y el mal. Cv
*Gamaliel l: fue un fariseo reconocido doctor de la ley y prominente miembro del Sanedrín en la mitad del primer siglo.
Representante de los liberales en el fariseísmo, de la escuela de Hilel que era opuesta a la más conservadora de Shammai.
El autor de hechos de los apóstoles le atribuye una intervención con un razonable consejo en el concilio convocado contra los apóstoles y salvó a éstos de la muerte.(Hech. 5:33-42)




