A partir de tres porciones de las Sagradas Escrituras voy a hacer una reflexión.
Me refiero a los siguientes pasajes Bíblicos:
Salmo 119:105, Salmo 119:130, y el Salmo 19:7.
Empiezo por citar los dos primeros:
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.”
“La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples.”
Con respecto a esos versículos les digo lo siguiente:
La Palabra es luz porque evidencia el carácter de la deidad.
Cuando las Escrituras son escudriñadas por un creyente, en tal acción, el intelecto es un vehículo para que el Espíritu Santo produzca un hecho revelacional en el que se determinó a leerla.
Lo expuesto, muestra además que todo aquel que le entrega la vida al Señor hace posible que la Tercera Persona de la Trinidad vivifique el alma y el espíritu.
Lo anterior, hace que las tinieblas que velaban la vida de ese ser humano se desvanecieran por el que ahora vive en él.
En correlato con todo lo explicitado el Salmo 19, verso 7, manifiesta lo que a continuación les comparto:
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.”
Lo primero que destaco de este texto es que en el Canon de los 66 libros que conforman la Palabra de Dios poseemos de todo lo necesario para nuestro crecimiento como cristianos a partir de perseverar en el ejercicio de la fe. Esto hace posible que tengamos una medida de la mente de Cristo.
Y si eso sucede es porque su contenido es inerrable e infalible.
Inerrable porque Dios mismo obró de forma tal que Su sustancia no fuera contaminada por el error, ya que las copias originales son, según los eruditos, las más confiables que se han preservado de la edad antigua.
Y es infalible porque sus enseñanzas son certeras porque más allá que sus escritores fueron mortales como nosotros sus escritos fueron guiados por el Hacedor.
De ahí, es que todo lo que afirma es verdadero y no tiene yerro alguno.
A manera de conclusión:
Como está plasmado en la primera carta a los Corintios capítulo 2, versos del 13 al 16:
“…lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con la que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque se han de discernir espiritualmente.
En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”
Lo pretérito, me hace afirmar que al ser adoptados como hijos de Dios Su Espíritu no solamente nos muestra Su voluntad sino también una medida de Su persona: mente y corazón.
Todo esto es producto de perseverar en la gracia y por lo tanto estar en comunión con el Creador.